Infusión: Té de naranja sanguina
Su aroma hace de este té negro aromatizado una verdadera delicia para el paladar. Suave y dulce pero de intenso aroma. Ideal con el desayuno. Color, anaranjado. Aroma, cítrico y dulce sin aspereza. Sabor, dulce y amable. Momento de consumo ideal, mañanas y tardes.
No es lo que parece
El policía levantó la mirada del teclado (sí, era de los que miraba al
teclado en vez de a la pantalla, como tanta gente all over the world).
-
¿Cómo dice?,
le espetó a la mujer sentada frente a él prestando declaración.
-
Que sí, que
confieso que acabo de matar a mi vecina, pero no es lo que parece.
-
¿Qué no es
lo que parece? Si está toda fiambre, señora. La ha matado y bien matada. Y tres
cuchilladas no son un accidente. ¿O es que fue en defensa propia? A ver,
explíquese.
Iba a ser complicado hacerse entender. La gente sacaba
conclusiones demasiado deprisa: vecina muerta; mujer con cuchillo ensangrentado
que confiesa. Ergo, mujer asesina.
Y no, muchos caminos podían haber llevado a esa
Roma sangrienta. Y el camino que la había llevado a ella a ensartar tres
cuchilladas a su vecina era del todo inocente. Era, incluso, un acto heroico.
¿Y por dónde empezar? Podría hablarles de su infancia en el pueblo, sin padres
pero con dos tías que la cuidaron como mejor supieron, o de su marido ya
muerto, de sus hijos, que vivían en Canadá, de lo bien que se le daba hacer
punto, de la pasión que sentía por Camilo Sesto (tenía un autógrafo y todo,
guardado como oro en paño en una caja lacada heredada de su abuela), de lo rico
que le salía en cocido, no así las croquetas, por mucho empeño que pusiera, de
lo que disfrutaba bailando en casa a solas con la música muy alta (siempre
Camilo Sesto, claro), del miedo que le daba su propia casa por la noche desde
que murió su marido, hacía cinco años, que curiosamente se llamaba Mario, como
el de las cinco horas de Delibes, pero con el que ella habría hablado no cinco,
cincuenta horas sin parar, sin dormir, ni beber, ni mear, hablar y hablar para
sacarse los nudos de las entrañas a golpe de palabras, de lágrimas y, por qué
no, de escupitajos, y borrar los años de desprecios, de faltas de respeto, de
silencios sin cariño, de soledad, pero todo eso no era ningún delito, ¿verdad?
Y tenía que seguir aguantando y encima su marido se muere y ella va y ¡le echa
de menos!, y esa añoranza sin sentido que se convierte en miedo, por las
noches, sí, y esas voces escondidas en el armario, entre las chaquetas y
corbatas que no se atreve a tirar o regalar, y salen en medio de su sueño para
atormentarla, a ella y a su vecina, sí, porque también su vecina lloraba cada
noche en su cama, ella podía oírla, aunque su vecina nunca lo admitió, claro,
cuando le preguntó con una complicidad velada si también oían ella y su marido
esas voces de los armarios su vecina la miró perpleja (¡qué buena actriz le
pareció!) y contestó que no sabía de qué demonios le hablaba. Estaba clarísimo,
tal como ella hacía, ocultaba su pavor al vacío de la noche, que ni las
pastillas para dormir lograban aplacar porque era en sueños cuando le acosaban
las imágenes más tremebundas y amanecía con el cuerpo dolorido de pura angustia
y terror. Por eso lloraba su vecina, ¿por qué si no? De puro terror a esas
voces masculinas furiosas, que golpeaban sin piedad con cada sílaba escupida. Y
que salían de su armario, o eso le parecía ella. Así que quiso salvar a su
vecina de ese sufrimiento.
¿Qué podía entender ese policía? Ahí sentado,
mirándola impaciente. De hecho, esa mirada acusadora y recelosa... Seguro que
él también hacía llorar a veces a su mujer, porque tenía mujer, el anillo en su
mano le delataba. Él no tenía ningún interés en saber la verdad, no quería
escucharla, quería terminar de escribir su maldito informe y ¿meterla entre
rejas, eso es lo que acababa de decir? ¡Qué prepotente! Y entonces entró
en la habitación el otro, “el ángel”. Otro policía todo amabilidad que le traía
una botellita de agua y se la dejó suavemente sobre la mesa, con una sonrisa de
buen hijo. Y recordó las películas de sobremesa con las que se quedaba
traspuesta: poli bueno, poli malo. No era necesaria esa estrategia, ella estaba
dispuesta a explicarlo todo a quien quisiera escuchar, pero a escuchar con un
corazón realmente abierto al dolor ajeno, al pánico cotidiano. Empezó a llover.
Y ella empezó a hablar. El ángel escuchó y ella habló, por lo menos, cincuenta
horas amargas. Cuando terminó, supo que podría volver a dormir tranquila. No le
importaba lo más mínimo qué iba a pasar con ella. Todo estaba bien. And the rest is silence.