jueves, 20 de septiembre de 2012

Cuento "En el jardín" - Infusión "Jasmine Chung Fen"


Infusión Jasmine Chung Fen

Té verde joven de la provincia de Fujian (China), con brotes plateados. Su nombre se debe a que el mejor momento para su recolección es el inicio de la primavera, con su suave brisa. Las flores de jazmín se retiran después de desprender el aroma y solo queda algún brote que se desprende durante la elaboración. Su perfume resulta sutil y muy suave, perfecto para iniciarse en los tés florales. Su color es amarillo anaranjado con tonalidades doradas. Muy brillante. Su aroma, a jazmín humedecido por el rocío de la mañana. Su sabor es a jazmín con un fondo de té verde joven. Perfuma boca sin empalagar. El momento ideal de consumo es la tarde, después de la comida.

En el jardín

           Alicia suele ir a un museo que hay cerca de su casa. Le gusta hacer una visita a un cuadro que siente como suyo y luego reposa las imágenes sentada en el pequeño jardín que hay dentro del museo, escuchando el agua de las fuentes y las conversaciones a media voz de los turistas. Saborea la calma de ese oasis en el centro de la ciudad.
           Desde que, sin buscarlo, ese cuadro le salió al encuentro, necesita regalarse momentos frente a él y dejarse seducir.
         Ese cuadro es “La danse des coquelicots”, la danza de las amapolas, de Joan Miró. Cinco pinceladas: tres delicados toques de rojo y dos trazos negros con los que todo es posible, la tierra, el cielo, el viento, la danza, las montañas, las nubes, el vacío... La primera vez que lo vio no pudo mirar a ningún otro cuadro de la sala ( y eso que había algún Picasso); sólo existía ese baile para sus ojos: una sencillez extrema, una pincelada única, una música sutil. Ese cuadro despertaba recuerdos que no sabía ubicar. La emoción le hacía temblar algo en el estómago.
Un día de pleno invierno pero a pleno sol, intuyendo tibiezas de primavera y con el cuadro aún danzando en sus ojos, creyó ver algo que se movía rápido tras unos arbustos. Pensó en amapolas, pero nunca las había visto en este jardín.  Los arbustos volvieron a moverse y una niña vestida de rojo salió corriendo invitándola a perseguirla con su risa de duende. Alicia la miró sonriéndose, buscando a los padres o algún adulto que estuviese con la niña, dispuesta a compartir con otros adultos esa tierna complicidad que siempre despierta el juego de un niño. No veía a nadie. La niña insistió con sus risas agachada detrás de un banco de madera. Alicia aceptó entrar en su juego y fue tras ella simulando no encontrarla, buscándola dentro de la fuente, en la copa de un árbol, debajo de unas piedras... De pronto la niña paró sus carreras y se quedó plantada frente a Alicia. Cuando Alicia reconoció esa carita sofocó como pudo un grito. Una sensación familiar la invadió: algo le temblaba en el estómago.
Se miraron en silencio, la niña con su risa juguetona y Alicia con el desconcierto en cada célula de su cuerpo. Alicia le habló, casi con miedo:
- Vaya, volvemos a vernos, ¿quién lo iba a decir? Pero casi no te reconozco. Tú eres la misma, claro; es mi mirada la que ha cambiado. La tuya sigue igual, con una ilusión eterna, con todo por llegar, sin prisa. Me alegro de verte, pero me siento triste. Bueno, es normal: ser tan consciente y tan de golpe del paso del tiempo, del limbo en el que queda toda aquella época. A lo mejor al verme ahora tú también te sientes rara. No, no creo, eres fuerte, no puede alterarte verme. Me has buscado tú, ¿verdad? ¿Tienes algún mensaje, alguna misión para mí? ¿Alguna explicación de todo lo que nos aleja, o nos une? O quizá olvidemos este encuentro en cuanto salgamos del jardín. ¿Qué piensas de mí? ¿Te gusto? De ti me gusta esa mirada profunda, casi desafiante, ¿eh?, con una seguridad que no he vuelto a sentir nunca, no sé en qué momento la perdí. Y me gusta tu sonrisa. Eso aún me queda, solo que también un gesto amargo me tuerce los labios demasiado a menudo. Pero dime algo, no paro de hablar”.
La niña sigue mirándola. Alicia sabe que se está mirando muy dentro de sí a través de los ojos de la pequeña. Esa mirada a dos es un vals a través del tiempo, en silencio, inmóviles.

              Alicia rompe a llorar y la niña le agarra la mano y la besa. Se abrazan con fuerza. Todo


 se detiene y Alicia puede verse en ese abrazo desde fuera, como si hubiera muerto y se

despegase de su carne. La niña se ríe y echa a correr otra vez. Desaparece por una de las 

puertas que dan al jardín. Alicia va tras ella pero conoce de sobra el desenlace: sale por la 

puerta al claustro del museo y la niña no está. Tiene aún el calor de su manita en la suya, y muy

 dentro se le ha pegado esa risa de cascabeles. Esa pequeña Alicia disfrazada de duende de

 jardín de museo. Siente una danza de amapolas en el corazón.